Washington no puede impedir el regreso de Aristide o negar la soberanía haitiana

11 Febrero 2011

Mark Weisbrot
The Guardian Unlimited, 11 de febrero, 2011
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En 1915 la Infantería de Marina de Estados Unidos invadió a Haití y ocupó al país hasta 1934.  Funcionarios estadounidenses reescribieron la Constitución haitiana, y cuando la Asamblea Nacional haitiana se negó a ratificarla, Estados Unidos disolvió la Asamblea.  Después celebraron un “referéndum” en el que sólo votó aproximadamente el cinco por ciento del electorado y aprobaron la nueva Constitución – la cual convenientemente modificó la ley haitiana para que los extranjeros pudieran comprar tierra – con 99,9 por ciento del voto a favor.

La situación actual es increíblemente similar.  El país se encuentra ocupado, y aunque las fuerzas de ocupación usan cascos azules, todos saben que la última palabra la tiene Washington.  Las elecciones del 28 de noviembre excluyeron al partido político más popular de Haití, y aún así Washington no estuvo satisfecho con los resultados.  La OEA – bajo dirección de Washington – después cambió los resultados para poder eliminar al candidato del gobierno de la segunda ronda.  Para obligar al gobierno a que acepte la modificación de los resultados de la OEA, amenazaron con cortarle el flujo de asistencia humanitaria a Haití – y, según varias fuentes, el Presidente Preval fue amenazado con ser forzosamente deportado del país, tal como le sucedió al Presidente Jean-Bertrand Aristide en 2004.

Ahora Aristide ha recibido un pasaporte diplomático del gobierno y se prepara para regresar.  Pero, como lo dejó claro ayer el portavoz del Departamento de Estado P.J. Crowley, Washington no esta de acuerdo. También le preguntaron si el gobierno de Estados Unidos había presionado al gobierno haitiano o sudafricano para evitar el regreso de Aristide.  Crowley no quiso responder; eso lo considero una afirmativa.

Estados Unidos ha sido  la causa principal de la inestabilidad en Haití, no sólo durante los últimos dos siglos, sino también las últimas dos décadas.  Aunque que Haití es un país pobre y pequeño, a Washington aún le importa mucho quién esta a cargo – y como lo demuestran cables filtrados de Wikileaks, quieren un gobierno conforme con su política extranjera para la región.  En 1991 Aristide, el primer presidente de Haití elegido democráticamente, fue derrocado después de tan sólo siete meses en el poder.  Después del golpe, el New York Times halló que los oficiales que llevaron a cabo el golpe de estado y establecieron el gobierno militar, matando a miles de haitianos inocentes, fueron financiados por la CIA de Estados Unidos.

Cuando Aristide fue elegido para un segundo mandato en 2000, Estados Unidos y sus aliados destruyeron la economía haitiana al cortar toda asistencia económica. Junto con asistencia a la oposición haitiana y una insurrección armada, Washington logró derrocar al gobierno cuatro años después.

Ahora que Aristide esta a punto de volver, podemos esperar una masiva campaña mediática en su contra, completa con denuncias de abusos a los derechos humanos y comparaciones de “equivalencia moral” entre su gobierno y las dictaduras de los Duvalier.  En su libro, Damming the Flood, el profesor Peter Hallward examina los mejores datos disponibles sobre los asesinatos políticos en Haití: las dictaduras de los Duvalier (1957-1986): 50.000; después del golpe de estado patrocinado por Estados Unidos de 1991 (con caravanas de la muerte financiados por Washington): 4000; después del golpe organizado por Washington de 2004: 3000; durante el gobierno de Aristide (2001-2004): entre 10 y 30.

Aristide redujo la violencia política en Haití por más del 98 por ciento al deshacerse del ejercito y el sangriento sistema de “jefes de sección”, las principales fuentes de violencia política.  Es por eso que Washington no lo perdonará y que los medios Orwelianos lo pintan como un dictador.

¿Pueden Estados Unidos y sus aliados seguir negándole a Haití su soberanía, la cual ganó hace 207 años en la primera rebelión de esclavos exitosa del mundo?  Es por eso, al fin y al cabo, que derrocaron a Aristide dos veces e intentan evitar su regreso.  Para millones de haitianos él sigue siendo un símbolo de la soberanía haitiana y el respeto hacia los pobres.  Y para Washington eso es en sí inherentemente peligroso.

Pero las Américas han cambiado desde la última vez que Aristide fue derrocado.  Washington enfrentó fuerte resistencia de Sur América cuando apoyó al gobierno golpista de Honduras en 2009;  Honduras aún no ha sido readmitida a la OEA.  Gobiernos que Washington no ha querido – por ejemplo en Bolivia, Ecuador y Venezuela – han sido elegidos y han sobrevividos a pesar de intentos de golpes de estado y otros atentados desestabilizadores que fueron en algunos casos apoyados por Estados Unidos.  Esto no hubiera sucedido hace quince años.  Los gobiernos izquierdistas que ahora gobiernan la mayoría de América Latina han dramáticamente y permanentemente cambiado las relaciones hemisféricas.

La semana pasada Washington no recibió apoyo en la OEA ni en el Grupo de Rio para su cambio a los resultados de las elecciones en Haiti.  Desafortunadamente, Brasil ha apoyado a Washington al liderar las fuerzas de ocupación de la ONU en Haití; pero esto no continuará indefinidamente, especialmente si es que enfrentan la decisión de matar a personas  que están reclamando sus derechos democráticos más básicos.

Ya no se les pueden negar estos derechos a los haitianos simplemente por ser pobres y negros.  Ni se le puede negar a Aristide su derecho de volver a su país.  Washington tendrá que adaptarse a una nueva realidad, tal como lo está descubriendo en Egipto.


Mark Weisbrot es codirector del Center for Economic and Policy Research (CEPR).

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