16 Febrero 2012
Mark Weisbrot
Folha de São Paulo (Brasil), 15 de febrero, 2012
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La semana pasada el New York Times informó sobre una conversación interesante por teléfono ocurrido en enero entre el Presidente Obama y el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu. Según el informe, Obama intentó convencer a Netanyahu, con cierto éxito, que el momento no era apropiado para una acción militar contra Irán.
El informe del Times notó que “altos funcionarios israelíes, entre ellos el Ministro de Relaciones Exteriores y el líder del Mossad, han viajado a Washington en las últimas semanas para presentar el argumento” de que Irán podría muy pronto llegar al punto en el que los bombardeos ya no podrán interrumpir su programa nuclear. El argumento es que una vez que Irán mueva suficientes equipos y materiales a instalaciones subterráneas inexpugnables, estos ya no podrán ser destruidos, incluso con las bombas más grandes. Por eso Israel debe atacar pronto, quizás tan pronto como en unos pocos meses, estos funcionarios argumentaron.
Para los brasileños o estadounidenses que no siguen de cerca a este asunto, un proceso de lavado de cerebro en masa está llevándose a cabo a través de los principales medios de comunicación. Irán, que incluso el Secretario de Defensa estadounidense, Leon Panetta, ha reconocido no está persiguiendo el desarrollo de un arma nuclear, es presentado como un país que está empeñado en conseguir uno. ¿Y para qué? Para que pueda destruir con armas nucleares a Israel y convertirse en la primera nación en el mundo en suicidarse en masa, ya que Israel tiene suficientes armas nucleares para matar a cada iraní repetidas veces. Todo tiene sentido, si asumimos que el suicidio en masa es la aspiración nacional más profunda de Irán.
Sin embargo, la mayoría de los expertos creen que Irán no está buscando conseguir armas nucleares, sino la capacidad de producirlas. Esta es una capacidad que comparten Brasil, Argentina, Japón y otros países que tienen reactores nucleares civiles-y que podrían producir armas nucleares en cuestión de meses. Irán, al igual que estos otros países – y a diferencia de Israel – está en conformidad con el Tratado de No Proliferación Nuclear, y lo seguirá estando, incluso aun si lograra desarrollar semejante capacidad.
Volviendo a los Estados Unidos: La buena noticia es que Israel no atacará a Irán antes de la elección presidencial de Estados Unidos. Mucha gente lo ve a Obama como un pusilánime – él fue aplanado por sus generales en Afganistán, por Wall Street sobre la reforma financiera, etc. Pero pobrecito es él que intenta meterse con la reelección de Obama. Él los aplastará. Y una guerra con Irán – no importa quién la inicie – es demasiado arriesgado para un año electoral. Es una apuesta segura asumir que Obama le recordó a los israelíes quién es el jefe, y quién le da miles de millones de dólares anualmente a quién.
Para remachar el mensaje, la semana pasada dos funcionarios de la administración de Obama no identificados, le dijeron a la prensa que Israel estaba financiando y capacitando a terroristas iraníes para matar a los científicos nucleares, entre ellos cinco que han sido asesinados desde el 2007. Esta “filtración” fue otra manera de demostrarles a los israelíes que Obama habla en serio, y quizás también que él no quiere asesinatos en este momento, ya que podrían aumentar las posibilidades de una escalada política y de una guerra.
La mala noticia es que la administración de Obama, con la ayuda de los grandes medios de comunicación, sigue preparando el terreno para una posible guerra con Irán, en el futuro – precisamente de la misma manera en el que el presidente Bill Clinton abrió el camino para su sucesor para invadir a Irak. Los miembros del Congreso, impulsados fuertemente por el grupo de presión AIPAC y los neoconservadores, también están intentando hacer que la guerra sea inevitable al hacer imposible la diplomacia. Y esa es una guerra que el mundo necesita evitar.
Mark Weisbrot es codirector del Center for Economic and Policy Research (CEPR), en Washington, D.C. Obtuvo un doctorado en economía por la Universidad de Michigan. Es también presidente de la organización Just Foreign Policy.