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BrasilChileColombiaEcuadorAmérica Latina y el CaribeUnasur La invitación de Lula es a subirse al tren de la UNASUR, no a detenerlo
Folha de São Paulo Ver artículo en el sitio original La cumbre de los presidentes suramericanos en Brasilia el próximo 30 de mayo revierte una especial importancia para el futuro de la región. Lula buscará convencer a los doce presidentes de los países fundadores de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), o a quienes asistan, que el regionalismo suramericano debe ser la apuesta estratégica para encarar los retos del nuevo orden multipolar que se perfila. Debe además persuadirlos de que el paraguas institucional desde donde se debe construir esta integración es la Unasur. La tarea no es fácil, sobre todo dado el actual contexto suramericano marcado por la desunión. Lula deberá hacer gala de paciencia y demostrar capacidad de escucha para que todos los jefes de Estado sientan que sus reparos están siendo tomados en cuenta. Pero al mismo tiempo, tendrá que mandar un claro mensaje de que el tren de la Unasur está en marcha y que la invitación es para que los presidentes se monten en él y no para que lo detengan.  El retorno de Brasil y Argentina a la Unasur en abril pasado volvió a otorgar relevancia a una Unasur que muchos daban por moribunda. Hoy, de los doce fundadores iniciales, siete países siguen siendo miembros de la Unasur; pero cinco –Chile, Colombia, Ecuador, Paraguay y Uruguay– no han vuelto aún después de que, entre 2018 y 2020, denunciaran el Tratado Constitutivo de la organización. La primera tarea de Lula será convencer a algunos gobiernos de tinte más conservador de que la Unasur no es un proyecto ideológico, ni mucho menos un club de amigos de izquierda. El conservadurismo político ha logrado posicionar que solo la izquierda es “ideológica”, mientras que la derecha encarna el “pragmatismo”. Lula tendrá que pasar por alto esta manifiesta falacia intelectual para insistir mucho sobre el carácter estratégico –y no ideológico– que revierte una mayor convergencia entre los dos principales subsistemas suramericanos, atlántico y pacífico, para crear un espacio de gobernanza regional de verdadero peso en el sistema internacional. Es la geografía, y no la política o la ideología, la que define la membresía de la Unasur.  Es probable que varios de los invitados estén de acuerdo con la creación de un espacio suramericano pero quizás opuestos a hacerlo a través de la Unasur, privilegiando en su lugar la creación de un nuevo espacio. De hecho, fue así cómo se creó el Foro para el Progreso e Integración de América del Sur, más conocido como Prosur, una cascarón vacío que hoy ha dejado de funcionar. Lula, sin embargo, deberá insistir en la Unasur que, significativamente, goza de un Tratado, para lo cual se tuvo que transitar por muchos años de ardua gestión política y diplomática: las cumbres presidenciales de Brasilia y Guayaquil de 2000 y 2002; la creación de la Comunidad Suramericana de Naciones en la cumbre de Cuzco de 2004; la creación de la Unasur en la cumbre de la Isla Margarita de 2007; la firma del Tratado Constitutivo de la Unasur en la cumbre de Brasilia de 2008; la ratificación paulatina del Tratado por parte de los doce parlamentos de la región; y, con su novena ratificación legislativa, la entrada en vigor del Tratado en 2011. Este largo y tortuoso camino hacia una Unasur jurídicamente vinculante permitió que la organización tuviera un horizonte acordado, reglas de convivencia y una incipiente institucionalidad, incluyendo una secretaría general y doce consejos sectoriales que ya estaban empezando a plasmar políticas conjuntas. Sin tratado, no puede haber organización internacional, sino apenas presidencias pro-témpore, manejadas por el servicio exterior de países que se suceden cada año, sin dotar de músculo propio a la entidad creada. Tener un tratado significa generar un compromiso vinculante que trasciende los vaivenes políticos de la región y de sus miembros. No existe proyecto regional o multilateral de largo plazo que no se dote de un tratado para su funcionamiento. También es importante que se parta del hecho de que el Tratado Constitutivo de la Unasur tiene aún –y a pesar de los esfuerzos para ponerle fin– plena vigencia. La interpretación según la cual se necesita el mismo número de miembros para que el Tratado siga vigente que de ratificaciones para que el Tratado entre en vigencia, o sea nueve miembros, carece de fundamento y desconoce el derecho internacional. Como lo establece la Convención de Viena sobre el Derecho de los Tratados, en ausencia de una cláusula de extinción, el Tratado sigue siendo vigente a nivel internacional mientras al menos dos Estados sigan perteneciendo a la organización. La Unasur por ende existe y tiene en este momento siete miembros. Lula debe por supuesto encantar, convencer, convidar, pero a su vez ser claro sobre el camino que Brasil ha decidido emprender.  Existen varios incentivos para que paulatinamente países en su momento desencantados con la Unasur quieran reincorporarse a la unión. Proyectos estratégicos –por ejemplo en materia de infraestructura, a través de una versión más actualizada y ambientalmente sostenible del IIRSA o del COSIPLAN– deberían suscitar interés. El efecto gravitacional de Brasil es una realidad. Si Brasil hace de la Unasur una verdadera prioridad de su política exterior, tarde o temprano los países suramericanos se orientarán por retornar a la organización. En el encuentro presidencial del 30 de mayo, debe prevalecer la mayor apertura, flexibilidad y pluralismo, pero siempre sin desesperación: a fin de cuentas, aún si varios se rehúsan ahora, los países de la región no terminarán auto-excluyéndose de un bloque regional suramericano que les es beneficioso. Y no siempre estarán en el poder quienes –o los herederos inmediatos de quienes– salieron de la Unasur para diferenciarse políticamente de los gobiernos progresistas que los antecedieron y congraciarse temporalmente con el monroísmo radical de la administración Trump. Más allá de los pasos políticos y procedimentales que aún faltan para relanzar la Unasur, solo con la elaboración de nuevas políticas suramericanas en materia de seguridad, salud, infraestructura, medio ambiente, entre las tantas otras que le urgen a la región, podremos decir que hemos retomado la senda de nuestra integración.

Guillaume Long / 01 Junio 2023

Op-Ed/Commentary

ArgentinaBrasilChileColombiaEcuadorAmérica Latina y el CaribeEl Mundo La Unasur aún existe y es la mejor plataforma para integrarnos
Revista Raya Ver artículo en el sitio original Los triunfos de Gabriel Boric en Chile, de Gustavo Petro en Colombia y la posibilidad de una victoria en octubre de Lula da Silva en Brasil han vuelto a poner el tema de la integración en el centro del debate político de nuestra región. Varios hablan de la posibilidad de relanzar la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) después de que la organización sufriera varios golpes entre 2018 y 2020 que culminaron con la salida de siete de sus doce miembros. La Unasur hoy en día está paralizada, pero la perspectiva de un cambio de gobierno en Brasil alimenta las especulaciones sobre la posibilidad de un relanzamiento, ya que ese país, con la notable excepción del gobierno de Jair Bolsonaro, lleva décadas buscando crear un espacio regional suramericano.  Lo primero que cabe señalar es que el Tratado Constitutivo de Unasur de 2008 se mantiene vigente para todos los miembros que no lo han denunciado y la Organización sigue existiendo jurídicamente a nivel internacional. Mientras al menos dos Estados sigan perteneciendo, la entidad seguirá teniendo plena vigencia jurídica. De haber voluntad política, no hay impedimento legal para que pueda ser relanzada por los Estados miembros. Lo segundo que vale la pena resaltar es que varios miembros denunciaron el Tratado Constitutivo de Unasur de forma irregular. En particular, Brasil y Argentina no dieron término a sus membresías de manera apegada a derecho. Ambos obviaron el tratamiento legislativo especificado por sus respectivas constituciones, razón por la que podrían optar por anular sus denuncias. Por último, hay que señalar que los siete países que salieron de Unasur (Argentina, Brasil, Colombia, Chile, Ecuador, Paraguay y Uruguay) lo hicieron sin tener en cuenta los mecanismos para los tratados multilaterales que exigen la búsqueda de acuerdos. Bolivia objetó las denuncias unilaterales de los países e invitó al diálogo. En su momento, Uruguay demostró una voluntad reparadora para resolver los problemas surgidos en el seno de la Organización. Las siete denuncias no cumplieron con lo previsto en el Tratado Constitutivo de Unasur respecto de lo dispuesto para la búsqueda de diálogo político (artículo 14 del Tratado), para la solución de controversias (artículo 21) o, incluso, para el procedimiento de Enmiendas (artículo 25). Cabe recordar que el derecho internacional público, incluida la Convención de Viena sobre Derecho de los Tratados ratificada por los doce miembros fundadores de Unasur, protege la estabilidad de los Tratados y establece que la interpretación de las normas debe tender a la subsanación de las diferencias para la plena vigencia de los mismos. Las numerosas irregularidades de este caso abren la posibilidad para que se active un mecanismo de solución de controversias que podría dar cabida a una salida colectiva para subsanar el irregular proceso de debilitamiento de la Unasur. Más allá de las consideraciones jurídicas, existen voces que cuestionan la necesidad de retomar la integración suramericana. Algunos sectores, incluso dentro del progresismo latinoamericano, han señalado que la apuesta debe ser la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC).  La CELAC es sin lugar a dudas, una apuesta de vital importancia; quizás incluso, el horizonte último de cualquier proceso de convergencia regional en materia de integración. La gran riqueza de la CELAC es su membresía diversa que permite un diálogo entre actores latinoamericanos y caribeños fuera del celoso resguardo de la OEA con sede en Washington. Es también una expresión fundamental del Sur global en el hemisferio occidental, llamada a elevar la voz y las demandas de los pueblos latinoamericanos y caribeños a nivel multilateral y global en materia de desarrollo, paz, justicia global, y lucha contra la pobreza, la desigualdad, el cambio climático, etc. Sin embargo, la CELAC carece de un tratado constitutivo y de institucionalidad propia, como aquella que fue creada por el Tratado Constitutivo de la Unasur. Además, la amplitud conferida por los treinta y tres miembros de la CELAC impide acuerdos más concretos y vinculantes en materia de gobernanza regional con normativas comunes, confluencia y homogeneización de políticas y un verdadero programa de desarrollo regional. La Unasur, a diferencia de la CELAC, puede avanzar más rápidamente hacia la integración física y normativa, es decir, hacia una verdadera gobernanza regional, con menos Estados miembros, mayores niveles de autonomía y de simetría incluso, a pesar de las grandes asimetrías que perduran en América del Sur. La segunda alternativa que se suele mencionar es el Mercosur ampliado. El Mercosur se ha ido expandiendo desde su fundación y se ha diversificado a partir de los protocolos de Ouro Preto y Ushuaia. Pero el Tratado de Asunción, documento fundacional de Mercosur, no deja de ser un acuerdo comercial notificado a la Organización Mundial del Comercio bajo la cláusula de la habilitación, mientras que el Tratado Constitutivo de la Unasur está registrado ante la ONU y conlleva una construcción regional multidimensional, en materia de defensa, seguridad, democracia, derechos humanos, desarrollo, infraestructura, energía, medio ambiente, conectividad, movilidad, salud, educación, ciencia y tecnología, cultura, gestión de desastres, etc. Ningún otro organismo regional tiene una visión tan amplia de la integración suramericana ni abre el abanico de alternativas y posibilidades que ofrece la normativa fundacional de la Unasur.  Existen, además, importantes obstáculos para que el Mercosur ampliado pueda incorporar a los países del eje andino-pacífico, sobre todo, dado el acervo de normativa arancelaria del Mercosur. ¿Qué tan posible resulta que Colombia, Ecuador, Perú o Chile se incorporen al Mercosur en el mediano plazo? Y ciertamente no será la Comunidad Andina de Naciones (CAN) la que incorpore en su seno a los países del eje atlántico. Fue justamente para el propósito de la convergencia entre los subsistemas andino-pacífico y atlántico-conosureño que se creó, en 2004, la Comunidad Sudamericana de Naciones, que en 2007 cambió su nombre por el de Unasur. Esta Organización puede desempeñar un papel central de convergencia para que se privilegie la proyección, a nivel suramericano, de las mejores prácticas y el mejor bagaje institucional y no se busque apenas la difícil incorporación del eje pacífico en el eje atlántico o viceversa. Por todas estas razones se debe maximizar la vigencia jurídica del Tratado Constitutivo de la Unasur, y procurar que el mayor número posible de países de la región se reincorporen a la Organización. Un relanzamiento de la Unasur deberá ser acompañado de importantes cambios en su normativa y funcionamiento. Se debe aprender de varios errores del pasado y corregir las fallas de diseño. La regla del consenso en la toma de decisión, que otorga poder de veto a los países miembros y llevó a la parálisis y acefalía de la entidad, debe ser repensada o, al menos, no ser aplicada en todos los procesos de toma de decisión. También se debe transitar progresivamente hacia una organización internacional más consolidada que goce de cierto nivel de autonomía relativa. Frente a las nuevas rivalidades entre las grandes potencias, en especial entre Estados Unidos y China, y de cara a los grandes retos del siglo XXI, la apuesta debe ser una respuesta regional que tienda hacia una mayor autonomía estratégica y un no alineamiento actualizado. La Unasur sigue siendo, de lejos, la mejor plataforma para la consecución de estos objetivos.

Guillaume Long / 24 13:15:00 Agosto 2022

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