La guerra con ISIS debe debatirse, tanto en el Congreso de EEUU como en el Consejo de Seguridad de la ONU

08 Septiembre 2014

Mark Weisbrot
Últimas Noticias, 7 de septiembre, 2014
The Hill, 8 de septiembre, 2014

En inglés

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El “Estado Islámico”, o ISIS como otros lo llaman, se presenta ante el mundo como un enemigo que casi nadie puede soportar.  Como los villanos en una película de Batman, anuncian amenazas al mundo entero, difundiendo videos grotescos de sus matanzas para demostrar que hablan en serio y no tienen clemencia. Proclaman el derecho a matar a los apóstatas e infieles que no compartan su versión de religión extremista.

Por estas razones, no sorprende que el Presidente Obama ha logrado enviar 1.200 soldados nuevamente a Irak y llevar a cabo más de 100 bombardeos aéreos, y comprometerse con una presenca más larga, sin autorización del Congreso de EEUU. Pero Estados Unidos sigue siendo una democracia constitucional, o por lo menos así se lo propone; y en el marco de nuestra Constitución (y la Resolución de Poderes de Guerra), sigue siendo el Congreso el que debe decidir si el país va a la guerra o no.

Resulta interesante cómo muchos de aquellos comentaristas que son raudos a la hora de criticar los gobiernos “populistas” de América Latina por eludir los mandatos de sus propias constituciones (o incluso por crear nuevas constituciones mediante procesos democráticos) no aplican los mismos estándares a los Estados Unidos. ¿Qué mandato constitucional será más importante que aquél destinado a proteger al pueblo de que sus gobernantes lo envíen a morir en guerras innecesarias?

En todo caso, esta será la batalla en EEUU en los próximos meses, liderada por los congresistas que asumen con seriedad su compromiso con el estado de derecho.  Debe haber un debate público en torno a esta intervención que ya inició, y en parte dicho debate debe darse en el Congreso.

Luego de dos largas guerras innecesarias en Irak y en Afganistán,  con un saldo de miles de vidas estadounidenses, decenas de miles de heridos, y más de un trillón de dólares, el público estadounidense está harto de guerras y receloso de nuevas iniciativas militares de orden abierto. Decenas de millones de estadounidenses –incluyendo muchos expertos– también saben que la amenaza del terrorismo ha sido groseramente exagerada con fines políticos. Para aquellos estadounidenses que se mantienen alejados de zonas de conflicto armado,  sigue siendo mucho mayor el riesgo de morir por un relámpago que por un ataque terrorista.

Y más importante aún para el resto del mundo –incluyendo más de un millón de iraquíes que perdieron sus vidas después que EEUU invadiera Irak– , tanto la amenaza terrorista que Washington ha utilizado como justificación para librar una “guerra global contra el terror”, como la nueva amenaza de ISIS, son producto de la política exterior y militar de EEUU.  Al-Qaeda y hasta el propio Osama bin Laden fueron entrenados y organizados en la guerra civil afgana de los años 80.  Fue en ese momento que los Estados Unidos invirtió la chorrera de miles de millones de dólares, que producirían los yihadistas protagonistas de la mayor porción de los grandes ataques terroristas hasta el 11 de septiembre, incluyendo este último.

ISIS en sí es producto de la disolución de Irak, generada por la invasión de EEUU a Irak en el año 2003, y posterior ocupación; al igual que la guerra civil en Siria, a la cual Washington también contribuyó enormemente al insistir en un cambio de régimen como el punto de partida para cualquier acuerdo negociado y permitiéndole a sus aliados enviar enormes cantidades de armas y combatientes a Siria. EEUU hizo un muy mal cálculo, creyéndole a aquellos que decían que Assad podría ser derrocado fácilmente. U.S. Los “expertos” de Washington no se dieron cuenta de que muchos sirios, tal vez la mayoría, podían ver que existía algo peor que la dictadura de Assad. Tenían razón, y ahora nos encontramos con ISIS. Este grupo jamás hubiera logrado sus éxitos en el campo de batalla en Irak sin la experiencia militar (junto al dinero y las armas) que obtuvieron de la guerra civil en Siria; al igual que la guerra en Irak iniciada por EEUU y su resultado: una guerra civil sectaria que sigue en curso.

Por todas estas razones, y otras más,  el hecho de limitar la injerencia de EEUU en lo que promete ser otra larga guerra más, será clave para garantizar que esta intervención no reproduzca lo ocurrido con otras intervenciones de EEUU: causar aún más desestabilización, engendrando nuevas guerras y una escalada de violencia.

Así como la Constitución de EEUU permite ejercer controles sobre la autoridad del Presidente de librar guerras, a nivel internacional existe la ley de las Naciones Unidas, que debe regir el uso de la fuerza en las relaciones internacionales.  El artículo 2 de la Carta de la ONU, suscrita por EEUU, prohíbe el uso de la fuerza militar contra otras naciones, a menos de ser autorizada por el Consejo de Seguridad.  Existen excepciones, con relación a amenazas de un ataque inminente, pero EEUU no está bajo la amenaza inminente de un ataque y nadie ha reclamado que así lo sea.

Esto significa que los gobiernos en todo el mundo deben presentar este tema ante el Consejo de Seguridad, a modo de garantizar que cualquier fuerza militar autorizada sea limitada y orientada a finalizar el conflicto, en vez de hacer la guerra para promover los intereses de cualquier país o alianza en particular. Se trata de una situación inusual, dado que los gobiernos que se han visto en bandos opuestos de varios conflictos – Irán, Siria, Iraq, Arabia Saudita y los estados del Golfo, y por supuesto EEUU y sus aliados occidentales– todos ven en ISIS una amenaza a su seguridad.  De hecho, EEUU está cooperando –por lo menos implícitamente– con Irán y existe por lo menos la posibilidad de que Washington renuncie a su desastrosa estrategia de “cambio de régimen” en Siria.

Presentar ante el Consejo de Seguridad las decisiones relativas al uso de la fuerza militar no sólo es un requerimiento de la ley internacional. También proporciona la mejor esperanza de acabar con los sanguinarios conflictos en la región, al llevar adelante un proceso de negociación entre los distintos gobiernos y tal vez algunos factores no estatales involucrados. La alternativa podrían ser las guerras sin fin.

 


 

Mark Weisbrot es codirector del Center for Economic and Policy Research, en Washington, D.C. También es presidente de la organización de política exterior, Just Foreign Policy.

 

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