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CEPR has been examining economic and political changes in Brazil since the early 2000s, when the country began to challenge policies advocated by Washington-based institutions and began to pursue a different set of economic and foreign policies.

El CEPR ha estado examinando los cambios económicos y políticos en Brasil desde principios de la década del 2000, cuando el país comenzó a desafiar las políticas defendidas por las instituciones con sede en Washington y empezó a aplicar una política económica y exterior distinta.

report

BrazilCELACLatin America and the CaribbeanLuiz Inácio Lula da SilvaMERCOSURPink TideSouth American IntegrationUNASURWorld Toward a New UNASUR: Pathways for the Reactivation of South American Integration
This study analyzes (1) UNASUR’s legacy, its successes, mistakes and vulnerabilities; (2) UNASUR’s current legal situation and the status of its founding members in relation to its treaty; and (3) the reforms that should be carried out to ensure the long-

Guillaume Long / October 18, 2022

CEPR has been examining economic and political changes in Brazil since the early 2000s, when the country began to challenge policies advocated by Washington-based institutions and began to pursue a different set of economic and foreign policies.

El CEPR ha estado examinando los cambios económicos y políticos en Brasil desde principios de la década del 2000, cuando el país comenzó a desafiar las políticas defendidas por las instituciones con sede en Washington y empezó a aplicar una política económica y exterior distinta.

Op-Ed/Commentary

BrasilChileColombiaEcuadorAmérica Latina y el CaribeUnasur La invitación de Lula es a subirse al tren de la UNASUR, no a detenerlo
Folha de São Paulo Ver artículo en el sitio original La cumbre de los presidentes suramericanos en Brasilia el próximo 30 de mayo revierte una especial importancia para el futuro de la región. Lula buscará convencer a los doce presidentes de los países fundadores de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), o a quienes asistan, que el regionalismo suramericano debe ser la apuesta estratégica para encarar los retos del nuevo orden multipolar que se perfila. Debe además persuadirlos de que el paraguas institucional desde donde se debe construir esta integración es la Unasur. La tarea no es fácil, sobre todo dado el actual contexto suramericano marcado por la desunión. Lula deberá hacer gala de paciencia y demostrar capacidad de escucha para que todos los jefes de Estado sientan que sus reparos están siendo tomados en cuenta. Pero al mismo tiempo, tendrá que mandar un claro mensaje de que el tren de la Unasur está en marcha y que la invitación es para que los presidentes se monten en él y no para que lo detengan.  El retorno de Brasil y Argentina a la Unasur en abril pasado volvió a otorgar relevancia a una Unasur que muchos daban por moribunda. Hoy, de los doce fundadores iniciales, siete países siguen siendo miembros de la Unasur; pero cinco –Chile, Colombia, Ecuador, Paraguay y Uruguay– no han vuelto aún después de que, entre 2018 y 2020, denunciaran el Tratado Constitutivo de la organización. La primera tarea de Lula será convencer a algunos gobiernos de tinte más conservador de que la Unasur no es un proyecto ideológico, ni mucho menos un club de amigos de izquierda. El conservadurismo político ha logrado posicionar que solo la izquierda es “ideológica”, mientras que la derecha encarna el “pragmatismo”. Lula tendrá que pasar por alto esta manifiesta falacia intelectual para insistir mucho sobre el carácter estratégico –y no ideológico– que revierte una mayor convergencia entre los dos principales subsistemas suramericanos, atlántico y pacífico, para crear un espacio de gobernanza regional de verdadero peso en el sistema internacional. Es la geografía, y no la política o la ideología, la que define la membresía de la Unasur.  Es probable que varios de los invitados estén de acuerdo con la creación de un espacio suramericano pero quizás opuestos a hacerlo a través de la Unasur, privilegiando en su lugar la creación de un nuevo espacio. De hecho, fue así cómo se creó el Foro para el Progreso e Integración de América del Sur, más conocido como Prosur, una cascarón vacío que hoy ha dejado de funcionar. Lula, sin embargo, deberá insistir en la Unasur que, significativamente, goza de un Tratado, para lo cual se tuvo que transitar por muchos años de ardua gestión política y diplomática: las cumbres presidenciales de Brasilia y Guayaquil de 2000 y 2002; la creación de la Comunidad Suramericana de Naciones en la cumbre de Cuzco de 2004; la creación de la Unasur en la cumbre de la Isla Margarita de 2007; la firma del Tratado Constitutivo de la Unasur en la cumbre de Brasilia de 2008; la ratificación paulatina del Tratado por parte de los doce parlamentos de la región; y, con su novena ratificación legislativa, la entrada en vigor del Tratado en 2011. Este largo y tortuoso camino hacia una Unasur jurídicamente vinculante permitió que la organización tuviera un horizonte acordado, reglas de convivencia y una incipiente institucionalidad, incluyendo una secretaría general y doce consejos sectoriales que ya estaban empezando a plasmar políticas conjuntas. Sin tratado, no puede haber organización internacional, sino apenas presidencias pro-témpore, manejadas por el servicio exterior de países que se suceden cada año, sin dotar de músculo propio a la entidad creada. Tener un tratado significa generar un compromiso vinculante que trasciende los vaivenes políticos de la región y de sus miembros. No existe proyecto regional o multilateral de largo plazo que no se dote de un tratado para su funcionamiento. También es importante que se parta del hecho de que el Tratado Constitutivo de la Unasur tiene aún –y a pesar de los esfuerzos para ponerle fin– plena vigencia. La interpretación según la cual se necesita el mismo número de miembros para que el Tratado siga vigente que de ratificaciones para que el Tratado entre en vigencia, o sea nueve miembros, carece de fundamento y desconoce el derecho internacional. Como lo establece la Convención de Viena sobre el Derecho de los Tratados, en ausencia de una cláusula de extinción, el Tratado sigue siendo vigente a nivel internacional mientras al menos dos Estados sigan perteneciendo a la organización. La Unasur por ende existe y tiene en este momento siete miembros. Lula debe por supuesto encantar, convencer, convidar, pero a su vez ser claro sobre el camino que Brasil ha decidido emprender.  Existen varios incentivos para que paulatinamente países en su momento desencantados con la Unasur quieran reincorporarse a la unión. Proyectos estratégicos –por ejemplo en materia de infraestructura, a través de una versión más actualizada y ambientalmente sostenible del IIRSA o del COSIPLAN– deberían suscitar interés. El efecto gravitacional de Brasil es una realidad. Si Brasil hace de la Unasur una verdadera prioridad de su política exterior, tarde o temprano los países suramericanos se orientarán por retornar a la organización. En el encuentro presidencial del 30 de mayo, debe prevalecer la mayor apertura, flexibilidad y pluralismo, pero siempre sin desesperación: a fin de cuentas, aún si varios se rehúsan ahora, los países de la región no terminarán auto-excluyéndose de un bloque regional suramericano que les es beneficioso. Y no siempre estarán en el poder quienes –o los herederos inmediatos de quienes– salieron de la Unasur para diferenciarse políticamente de los gobiernos progresistas que los antecedieron y congraciarse temporalmente con el monroísmo radical de la administración Trump. Más allá de los pasos políticos y procedimentales que aún faltan para relanzar la Unasur, solo con la elaboración de nuevas políticas suramericanas en materia de seguridad, salud, infraestructura, medio ambiente, entre las tantas otras que le urgen a la región, podremos decir que hemos retomado la senda de nuestra integración.

Guillaume Long / 01 Junio 2023

Op-Ed/Commentary

BrasilAmérica Latina y el CaribeLuiz Inácio Lula da SilvaEl Mundo Así será la política exterior de Lula: un mundo multipolar y alianzas lejos de EEUU
Diario.ES The Guardian Ver artículo en el sitio original In English Durante meses, un presidente en funciones con inclinaciones autoritarias puso en duda la democracia de su país. Sus simpatizantes protagonizaron una violenta marcha sobre la capital para negar su derrota electoral por un estrecho margen. Pero las instituciones de la democracia fueron más fuertes que los ataques y el día de la investidura, el legítimo vencedor asumió el cargo en una ceremonia pacífica. Los paralelismos entre las últimas elecciones presidenciales en Estados Unidos y en Brasil son sorprendentes. El presidente saliente de Brasil, Jair Bolsonaro, apoyaba a Donald Trump y este, a su vez, apoyó a Bolsonaro en la campaña. Aunque Joe Biden no fue tan lejos y no apoyó a nadie durante la campaña, no tardó nada en reconocer la victoria del presidente entrante, Luiz Inácio Lula da Silva, desoyendo las denuncias de fraude electoral proferidas por su rival. “Estados Unidos ha vuelto”, dijo Biden en vísperas de su propia investidura en 2021. “Brasil ha vuelto”, dijo Lula dos años después. Pero más allá de los puntos en común de sus campañas presidenciales, hay diferencias fundamentales en la visión que Lula y Biden tienen del mundo, así como del papel que sus países deben jugar en él. Son diferencias que deberían servir de base para construir a partir de ellas un entendimiento mutuo, y no para convertirse en puntos de conflicto entre las mayores potencias del hemisferio occidental. El multilaterismo de Lula Pensemos en sus discursos de victoria. ¿Qué significa para Biden y para Lula que sus países hayan “vuelto”? Joe Biden lo tiene claro: un regreso a una campaña global para “defender la democracia en todo el mundo, frenar el avance del autoritarismo” y unir a los países del “mundo libre” frente a rivales como Rusia y como China. Pero la visión de Lula de un orden global “basado en el diálogo, el multilateralismo y la multipolaridad” va en contra de estas divisiones y sus llamadas a la confrontación. “Tendremos relaciones con todos”, dijo Lula en su discurso este domingo. ¿Qué significa, en términos reales, el compromiso de Lula con “el diálogo, el multilateralismo y la multipolaridad”? Por “diálogo”, Lula entiende pasar de una política exterior que trate de aislar a los adversarios a otra que busque soluciones diplomáticas. Por ejemplo, cuando la Administración Biden pidió al mundo que se uniera a su campaña sanciones duras contra Rusia, hubo personas vinculadas a Lula que pidieron prudencia. “Estoy en contra las sanciones”, dijo su ex ministro de Asuntos Exteriores, Celso Amorim. “No ayudarán a resolver nada, sino que crearán problemas en todo el mundo”. El enfoque también es valido para los adversarios de Washington en el continente. Mientras que Bolsonaro se unió a Estados Unidos en el rechazo a reconocer a Nicolás Maduro como líder legítimo de Venezuela, el presidente Lula intentará ahora tener relación con el Gobierno de Maduro. Entretanto, Lula apoya de manera habitual a la Asamblea General de la ONU en su votación de condena del bloqueo de Estados Unidos contra Cuba. La resistencia de Lula a estas medidas unilaterales coercitivas define lo que significa el “multilateralismo” para él. Desde el principio de su primer mandato presidencial Lula trató de reforzar el papel de organismos multilaterales como Naciones Unidas para resolver los desafíos mundiales. En ocasiones, eso ha significado enfrentarse al Gobierno de EEUU. Como cuando en 2003 rechazó la decisión unilateral de Estados Unidos de invadir Irak. “Falta al respeto a las Naciones Unidas”, dijo entonces Lula sobre la decisión. Reequilibrar el orden mundial Pero su compromiso con el multilateralismo va más allá de una mera preferencia por el consenso. El Gobierno de Lula abogó entonces, como volverá a hacer ahora, por una reforma fundamental en el sistema multilateral que “refleje la distribución actual de poder en el mundo”, en palabras de Amorim. Es posible que Washington celebre el fin del aislacionismo de Bolsonaro en temas como la lucha contra el cambio climático, pero la clave sigue siendo cómo responderá al intento de Lula de darle protagonismo al llamado sur global cuando la Administración Biden ha prometido mantener a Estados Unidos en la “cabecera de la mesa”. Lo que define la visión de “multipolaridad” de Lula es esta ambición de construir nuevos bloques para reequilibrar el orden mundial. Un proceso de reequilibrio que comienza en el hemisferio occidental. Durante mucho tiempo, Lula trató de unir a los vecinos latinoamericanos de Brasil en un bloque común que tuviera autonomía de EEUU. Durante su presidencia, Bolsonaro se marchó de mala manera de estos organismos regionales. Pero Lula tiene ahora gobiernos afines en países como Colombia, Argentina, Bolivia y Chile, y su administración buscará integrar las políticas regionales de sanidad, defensa, infraestructura y medio ambiente para construir un nuevo “polo” en lo que Biden llamó “el patio delantero de Estados Unidos”. Pero el compromiso de Lula con otro bloque es lo que supone un mayor riesgo de colisión con EEUU. Desde el principio de su presidencia, Biden ha hablado de un conflicto de civilizaciones creciente entre “democracias” y “autocracias”, con Rusia y China como representantes del bando autocrático. Sin embargo, Lula presidió en 2008 la creación de un nuevo bloque global que rompía con esta división de civilizaciones uniendo a Brasil con Rusia, India, China y Sudáfrica (Brics). De nuevo en la presidencia, Lula ya ha dicho que apoyará las propuestas de ampliación del bloque y el desarrollo de un nuevo sistema de pagos Brics que facilite el comercio entre sus miembros sin el uso de dólares. Nueva oportunidad Estados Unidos tiene un funesto historial de intervenciones en los países que consideraba demasiado cercanos a sus rivales y Brasil no es ninguna excepción. Ya en 1964, y para evitar que Brasil se convirtiera en “la China de los años 60”, Washington ayudó al golpe militar contra el Gobierno democráticamente elegido de João Goulart. No han pedido disculpas. Y las últimas administraciones estadounidenses respaldaron el encarcelamiento de Lula durante 580 días en el que se considera ampliamente como el golpe judicial de 2016. Ahora que Lula asume la presidencia, Biden tiene la oportunidad de escribir un nuevo capítulo de las relaciones entre Estados Unidos y Brasil que se base en el respeto mutuo de la soberanía nacional. También es una oportunidad para revisar los principales supuestos de la política exterior estadounidense. Ni Lula ni sus aliados se identifican con su concepto de “mundo libre” o con la idea de que sea Estados Unidos el país que lleve el timón. Lo que sí creen es que hay un mundo multipolar en formación y que su responsabilidad es desempeñar un papel positivo en él con una política exterior activa, independiente y firme. Brasil no necesita a un Estados Unidos que “lidere el mundo”. Lo que necesita es que Estados Unidos encuentre su nuevo lugar en la mesa.

Guillaume Long / 02 Enero 2023

Op-Ed/Commentary

BrasilAmérica Latina y el CaribeLuiz Inácio Lula da SilvaPolítica exterior de EE. UU.El Mundo Asegurémonos de que, esta vez, el gobierno de EE.UU. respete la democracia en Brasil
Folha de S.Paulo Ver artículo original en portugués In English El pueblo brasileño ha votado el fin de la presidencia de un monstruo y ahora tiene la oportunidad de restaurar la democracia que había perdido. Bolsonaro tuvo una gestion pesima de la pandemia, difundiendo abundante información errónea sobre el Covid que contribuyó al número de muertos en Brasil de más de 600,000 personas. La deforestación de la Amazonía se aceleró: la cantidad deforestada en 2021 se incrementó en más del 70% que cuando asumió el cargo en 2018. También elogió y defendió la dictadura militar de Brasil y dijo que no acabó con la vida de suficientes personas. Al igual que Trump, Bolsonaro amenazó con rechazar los resultados de las elecciones si perdía. Lula da Silva derrotó a Bolsonaro por más de 2 millones de votos. Anteriormente fue un presidente de talante transformador (2003-2010) e inmensamente popular cuando dejó el cargo. Durante su presidencia, la tasa de pobreza de Brasil se redujo en un 50 por ciento y la pobreza extrema en un 49 por ciento. El ingreso por persona creció un 2,9 por ciento anual; más de 5 veces más rápido de lo que había crecido en los 20 años previos. El desempleo cayó del 13 al 8,5 por ciento. La mayor parte del mundo está celebrando justificadamente junto a la mayoría de los brasileños. Pero el mundo debería saber más acerca de cómo zozobró esta democracia y qué actores y eventos clave contribuyeron a este naufragio; para que no se repita. La democracia en Brasil se fue a pique cuando la presidenta Dilma Rousseff fue objeto de un impeachment sin haber cometido delito alguno. Y la democracia quedó sepultada cuando Lula da Silva fue encarcelado para evitar que se presentara a la reelección en 2018. Su condena fue posteriormente anulada luego de que los tribunales determinaran que el juez que lo condenó, Sergio Moro, carecía de imparcialidad. Moro fue designado como ministro de Justicia cuatro días después de la elección de Bolosonaro. La evidencia para la condena de Lula estuvo basada en el testimonio de un ejecutivo de una empresa constructora, quien había sido condenado por un escándalo de corrupción, y a quien se le redujo la pena carcelaria a cambio de su testimonio. De hecho, el periódico Folha de São Paulo informó que este ejecutivo no pudo negociar su pena (tras declararse culpable) hasta que no hubiese cambiado su testimonio para implicar a Lula en un presunto delito.  Cuando escribí sobre este juicio engañoso para la sección de opinión del New York Times en 2018, mi columna fue la primera publicación en los medios convencionales de EEUU que incluía estos hechos elementales, además de disponibles públicamente, y que muestran que el juicio de Lula fue claramente una persecución política. Estos hechos eran necesarios para tener una lectura de lo que la élite tradicional de Brasil estaba haciendo en realidad: destruir el estado de derecho y prescindir de la independencia del poder judicial para ganar lo que no pudieron ganar durante 14 años en las urnas, es decir, conseguir derrotar al Partido de los Trabajadores. ​​El Partido de los Trabajadores fue derrotado, pero no sin la ayuda significativa, quizás decisiva, del gobierno de Estados Unidos. Altos funcionarios estadounidenses tuvieron una serie de iniciativas públicas, tales como reuniones amistosas con los impulsores del impeachment de Dilma en Washington y Río de Janeiro mientras el juicio político estaba en curso. El Departamento de Justicia de Estados Unidos también contribuyó significativamente a la investigación que condujo a la persecución política y al encarcelamiento de Lula. Por ejemplo, en 2015, 17 funcionarios estadounidenses acudieron a la sede donde se investigaba la operación Lava Jato, a la vez que intentaron ocultar la visita del Ejecutivo estadounidense. Las autoridades de EEUU también acordaron transferir una parte de las multas recaudadas en EEUU a una fundación privada encabezada por los fiscales brasileños de Lava Jato. Este arreglo fue luego suspendido por la corte suprema de Brasil. Quienes consideran importante la democracia en Brasil tendrán que estar atentos a lo que haga el gobierno de Estados Unidos en los meses y años venideros.

Mark Weisbrot / 09 13:21:00 Noviembre 2022

Op-Ed/Commentary

BrasilColombiaAmérica Latina y el CaribeLuiz Inácio Lula da SilvaIntegración suramericanaUnasurEl Mundo Colombia, Brasil y la resurrección de Unasur
Fundación Revista Raya Ver artículo en el sitio original La victoria de Lula en las elecciones brasileñas anuncia un giro importante en la política exterior del gigante suramericano. Brasil volverá a tener una política exterior activa, multilateral y con un fuerte anclaje en los intereses del sur global. El propio Lula y su excanciller Celso Amorim han expresado su deseo de volver a darle fuerza a la integración suramericana, lo cual tuvo una expresión organizativa, la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), y un tratado, constitutivo de esta unión, en 2008. La Unasur es en realidad un proyecto que tiene sus raíces en la política exterior brasileña de los años 90 cuando Estados Unidos buscó alinear al hemisferio occidental detrás de su Iniciativa para las Américas, que se plasmaría en su propuesta de Acuerdo de Libre Comercio para las Américas (ALCA) hacia finales de la década. Tanto el presidente brasileño Itamar Franco, como su sucesor Fernando Henrique Cardoso, y luego, con mucha voluntad política, Lula optaron por hacer de la creación de un espacio suramericano una verdadera política de Estado de Brasil que pudiera asegurar un mínimo de autonomía de la región frente a los diseños hegemónicos de Estados Unidos. Este espacio suramericano implicaba además la convergencia de los ejes atlánticos y pacíficos del subcontinente, del Mercosur y de la CAN para crear en un primer momento un área económica y comercial suramericana y, en un segundo momento, un bloque geopolítico en capacidad de asentar su autonomía estratégica. En 2004, se creó por lo tanto la Comunidad Sudamericana de Naciones que se transformaría en 2008 en la Unasur. Lastimosamente, la Unasur gozó de pocos años de actividad organizativa. En este breve lapso la organización inició un lento proceso de institucionalización, creando consejos de nivel ministerial que desplegaban una importante agenda de trabajo (por ejemplo, el Consejo de Defensa Suramericano y el Consejo de Salud Suramericano), más allá de la diplomacia presidencial que caracterizó a la organización en sus primeros años. Pero entre 2018 y 2020, una ola de gobiernos con muy bajos niveles de compromiso con la integración regional, y desplegando una política exterior motivada esencialmente por el bilateralismo con la administración Trump, le asestaron varios golpes muy duros. Siete gobiernos, incluyendo el gobierno de Jair Bolsonaro denunciaron el Tratado Constitutivo de la Unasur, aunque varios, incluyendo Argentina y Brasil, lo hicieron de forma irregular y violando los procedimientos establecidos por las Constituciones de sus países. El retorno de Lula significará sin duda un retorno a un conjunto de políticas de Estado que fueron abandonadas durante el mandato de Bolsonaro. Una de ellas será el relanzamiento de un espacio de convergencia, integración y gobernanza suramericano. El día siguiente del triunfo de Lula, el presidente de Colombia, Gustavo Petro, tuiteó: “Temas de una agenda con Brasil: 1. El rescate de la selva amazónica y su investigación científica. 2. El camino de una nueva política antidrogas no violento. 3. La red integrada de energía eléctrica de América con energías limpias. 4. La integración económica latinoamericana.” Esta lista de temas para una agenda bilateral y multilateral entre Colombia y Brasil es totalmente acertada. Significativamente, este listado no es solamente compatible con el relanzamiento de la Unasur sino que pareciera encarnar el deber ser de la organización, que cualquier lectura incluso sumaria del Tratado Constitutivo pone rápidamente en evidencia. Unasur, contrariamente a otras organizaciones y acuerdos regionales con vocación exclusivamente comercial o de seguridad siempre tuvo una mirada multidimensional. El Tratado de la Unasur buscó establecer el marco de una gobernanza regional justamente en las áreas señaladas por el Presidente Petro: en materia ambiental y científica, en materia de seguridad y antidrogas – de hecho, el Consejo Suramericano sobre el Problema Mundial de las Drogas de la Unasur ofrecía una mirada muy diferente a la que aún encarna la doctrina de la “guerra contra las drogas” de los Estados Unidos. La Unasur también incluía un Consejo Energético Suramericano (el punto 4 del presidente colombiano), y varios consejos en materia económica, financiera y de desarrollo. Colombia y Brasil pueden ser aliados estratégicos para un relanzamiento inteligente, eficiente, resiliente y estratégico de la integración suramericana. Una asociación de esta naturaleza deberá dedicarse a corregir varios errores del pasado, construir una institucionalidad robusta y ágil, y mejorar los procesos de toma de decisión. Pero en un mundo de creciente rivalidad entre las grandes potencias, la consolidación de organizaciones regionales fuertes es la única manera que tienen los países del Sur para defender sus intereses y elevar su voz.

Guillaume Long / 02 08:45:00 Noviembre 2022

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